martes, 19 de abril de 2011

White, el músico cubano autor de “Zamacueca”


White, el músico cubano autor de “Zamacueca”
Virginia Vidal
(compartido con Anaquel Austral)



Descubrimos con alegría que una escritora chilena inspiró al músico cubano José White para componer su “Zamacueca”(1878), como lo cuenta con sencillez Martina Barros de Orrego (1850-1944) en “Recuerdos de mi vida”. Ella habla de lo popular que fue la cueca en su tiempo y no olvida “aquellas reuniones en que se bailaba y cenaba muy bien; a última hora se servía ponche en leche caliente, que lo llamaban “gloriado”, y se bailaba inevitablemente la zamacueca. En esto eran eximias las señoras principalmente y alguna que otra niña, pero todas lo hacían con mucho arte y mucha gracia. Allí, como era natural, aprendí a bailarla. Y después en Santiago fue mi fuerte en todos los bailes a que asistí. El famoso violinista White compuso la famosa cueca que lleva su nombre viéndome bailar y siguiéndome por todo el salón con su violín” (Editorial Orbe, Santiago, 1942).
Cuando apreciamos la admirable labor de Daniel Muñoz, actor y cantante de cueca brava, nos inclinamos a saber más de esta cueca urbana y de origen afro, de una historia mucho más rica que el intento mecánico de imponerla por decreto. Es penoso ir a San Pedro de Atacama y ver a los niños y adultos disfrazados de huasos interpretando obligadamente un baile ajeno a sus raíces: lo mismo ocurre en Pucón, donde también se disfraza de huasos cuequeros a niños y niñas mapuche.
Volvamos a José White (1836-1918), admirable músico cubano de origen afro que fue reconocido por su talento y su espíritu patriótico por José Martí. White obtuvo el Primer Gran Premio del Conservatorio de Música de París, luego de perfeccionarse durante un año (1855) con el violinista y pedagogo Delfín Alard, quien fue también maestro de Sarasate. Pero no sólo alcanzó tan alto reconocimiento, pues con el paso del tiempo, en 1884, ocupó la cátedra de su maestro Alard en el Conservatorio de París, a más de ganar el máximo reconocimiento como intérprete de las obras de Bach, Beethoven y Mendelssohn. Cabe tener en cuenta, además, que fue el poseedor de “El Canto del Cisne”, el último violín que construyó Stradivarius.
White nació en Matanzas el 1º de enero de 1836 y murió en París el 12 de marzo de 1918. Recibió las primeras lecciones musicales de su padre, y, luego, de otros profesores. Llegó a dominar dieciséis instrumentos, algunos muy antiguos, sobre todo, violín. Compuso a los quince años una misa a dos voces y orquesta. A los diecinueve dio su primer concierto de violín, acompañado al piano por Gottschalk. En 1855 embarcó rumbo a Francia, donde ingresó en el Conservatorio de París a fin de cursar estudios superiores de violín, así como de armonía y composición. Poco después fue profesor teniendo entre sus discípulos a Ernesto y Thibaud. Volvió a Cuba, dio conciertos en La Habana y Matanzas. En 1860 se estableció nuevamente en París, conquistando renombre como violinista. En 1875 llegó a La Habana, pero acusado de actividades independentistas, tuvo que salir precipitadamente hacia México; pasó luego a Venezuela y a Brasil, donde fundó la Sociedad de Conciertos Clásicos, junto a Arthur Napoleao, y trabajó como director de orquesta y como director del Conservatorio Imperial. Estuvo más adelante en diversas ciudades, radicándose definitivamente en París en 1888. Entre las obras más notables que compuso figuran Concerto para violín y orquesta, Cuarteto, Seis estudios brillantes para violín, Quinteto, Bolero para violín y orquesta, Marcha cubana, Danzas para piano, y Variaciones sobre un tema original para clavicordio y orquesta, entre otras.
Su paso por Chile dejó huella.

El presidente José Manuel Balmaceda tuvo como subsecretario de Hacienda a Isidoro Vásquez Grillé, miembro del directorio del Partido Liberal Democrático. Don Isidoro estudió música en Talca con el pianista Falk; éste acompañó al famoso violinista cubano José White, mulato expulsado de su patria, cuando estuvo en Chile en 1878. Niño prodigio: dio a conocer su primera composición a los doce años, en 1876. Entre sus muchas obras, se recuerdz la dedicada al Comité «Manuel Rodríguez», más tarde himno oficial del Regimiento Talca. Otra la dedicaría a los niños huérfanos de la guerra. Su zarzuela “Don Cleto” le dio una enorme popularidad.
Según nos contaba el compositor Fernando García al hablar de las consecuencias que tuvo en la música la guerra civil de 1891, Vásquez Grillé tuvo que ocultarse y vivir una penosa clandestinidad. El pianista Falk supo entregar la memoria de White a su discípulo quien, huyendo de las represalias de los triunfadores, vivió de la música mientras estuvo escondido. Para ello, hubo que valerse de la buena voluntad de un amigo que llevaba sus composiciones a un comerciante y las imprimía (en aquel tiempo, había casas editoras de música en Valparaíso).La clandestinidad no mataba su inquietud por el trágico acontecer nacional. Es así como algunos amigos suyos le publicaron bajo el pseudónimo “P.Pinochet” una cuadrilla titulada “La Revolución de 1891”, inspirada en el levantamiento armado de Pozo Almonte.
El músico furtivo nunca pudo olvidar la imborrable emoción que lo asaltó un día cuando iba caminando y sintió una música muy familiar. Se detuvo ante la casa, golpeó, lo hicieron pasar y conoció a la niña que la interpretaba.
Isidoro Vásquez Grillé no omitió las composiciones de White. Esta suerte de transmisión de un legado musical tiene enorme trascendencia, por cuanto White, “mulato expulsado del suelo patrio”, por defender la causa de la independencia, fue recibido en nuestro país con entusiasmo y gozó del cariño y la popularidad que ameritaban su cultura y talento. El afecto fue recíproco, por cuanto compuso dos curiosas zamacuecas que más tarde divulgó ampliamente.
De la permanencia de White en Chile y de sus zamacuecas, dio vasta información Pablo Garrido en su “Historial de la cueca” (Ediciones Universitarias de Valparaíso, 1979):

“Desde su primera presentación (Valparaíso, 16-II-1878), causó expectación por su destreza virtuosa, bello sonido y profunda musicalidad. White supo responder al afecto de los chilenos, escribiendo dos presuntas zamacuecas para violín y piano, las que más tardé paseó por todo el mundo”.

En efecto, el cubano White incorporó sus zamacuecas a su repertorio y elevó el nombre de la danza nacional chilena a los más selectos auditorios de su tiempo.
Pablo Garrido, quien hizo el análisis estructural de texto y música de estas zamacuecas, conoció el original de White, en poder del violinista panameño Alfredo de Saint-Malô, del cual obtuvo una copia fotostática. Dicho documento musical carece de texto poético. Sin embargo, las ediciones de Carlos F. Niemeyer y de A. Friedenthal publican las correspondientes cuartetas.
Es de esperar que llegue pronto el día en que las zamacuecas de White sean conocidas por todos.












editor

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